Resumen
Más que un texto útil, la elaboración de este Atlas responde a una necesidad. ¿Cómo valorar o poner en valor un ecosistema si desconocemos su extensión o incluso su existencia? A efectos de reconocer y justificar el valor de las angiospermas marinas, no importa cuán abrumadora sea la lista de bienes y servicios que puedan proporcionar si no la acompañamos de una información precisa sobre su distribución y sobre la superficie total que ocupan. Sólo así se pueden cuantificar el valor global de los servicios prestados o las futuras pérdidas o ganancias derivadas del cambio global o de los planes de gestión que se implementen. Hace ya algunas décadas empezó a entreverse la necesidad de apelar al valor instrumental de los ecosistemas para luchar por su conservación (Boyd & Banzhaf, 2007). Su valor intrínseco, al margen del que los seres humanos queramos atribuirle, ha demostrado ser insuficiente. Desde un punto de vista instrumental es bastante obvio que, aunque de forma desigual, el ser humano depende de las praderas de angiospermas marinas para aprovisionarse de comida, materias primas, para el mantenimiento de los ciclos biogeoquímicos globales, la regulación del clima o para protegernos de extremos climáticos. Más difícil de entender y cuantificar pero no por ello menos relevante y obvio, las praderas de angiospermas marinas proporcionan bienes inmateriales profundamente arraigados en las sociedades humanas que van desde el puro valor estético hasta los valores místico, espiritual o religioso (Wyllie-Echeverria et al., 2000). Si bien a nivel conceptual se ha avanzado considerablemente (p. ej. Costanza et al., 1997; Board, 2005; Orth et al., 2006; Vassallo et al., 2013; Tabla 3), los esfuerzos fiables de monetización de estos valores son escasos en general y especialmente pobres en España.